Marcela Astorga. Territorio vulnerable
Hoy la sala de la galería se encuentra poblada de diversos fragmentos de edificios que podemos imaginar aledaños a pozos profundos de tierra recientemente removida. Se desconoce la procedencia de los cascotes: no sabemos si el desplome, la remodelación o la demolición les dieron su forma actual. Asidos con alambres de acero, sostenidos por estructuras de metal, intervenidos por prótesis brillantes, descansan en sus bases. Estas piezas se descubren desafectadas del deterioro, de la acción del clima o de las topadoras. También de las renovaciones o del vandalismo urbano. Son testigos supervivientes que Marcela Astorga eligió rescatar, y de algún modo sanar, para situarlos en los perímetros de su minuciosa exploración material.
En los años 90 Astorga también trabajaba con trozos inertes seccionados de los circuitos que los mantenían vivos: carne vacuna representada por medios pictóricos. En la industria de la carne encontraba un tendón que recorre la fundación del Estado, la integración de esta región como terminal del capitalismo mundial así como el rito cotidiano de la dieta carnívora y un prolífico léxico local unido a su consumo. Al final de los 2000 realizó una experiencia que marcó sus indagaciones actuales. Practicaba orificios sobre viejas estructuras deshabitadas dejando entrar la luz. En la serie de acciones Óculo la violencia instauradora de aquellas fracturas permitía paradójicamente comprender la dimensión antropológica de estos ámbitos que nos son sumamente próximos, donde consumimos nuestras horas y encontramos refugio. También se hacía presente la catástrofe diaria de una ciudad que se derrumba y vuelve a erigirse agitada por las transacciones en torno a la propiedad del suelo.
Una vez más se mostraba cierta operatoria central en el itinerario de Astorga: la ejecución de una acción material concreta que permite iluminar una escena arqueológica que enhebra el ámbito de nuestras cercanías con el vasto horizonte de las convulsiones colectivas. Hoy estos vestigios fueron recuperados pero también reposan desconectados definitivamente de sus emplazamientos originarios. Son entregados a la observación detenida. Primero fueron extirpados, seccionados, amputados. Ahora son conservados, compuestos, curados. Entre la destrucción y su sanación, los cascotes deciden contar algo. Tal vez un relato sobre la inminencia del derrumbe.
Federico Baeza
Doctor en Teoría e Historia de las Artes (UBA). Investigador, profesor y curador especializado en arte contemporáneo.