Osvaldo Romberg hasta 1976: Estudios deconstructivos del paisaje, el cuerpo y el color
Nómade y constructor, Osvaldo Romberg ha trabajado con elementos típicos del arte (el paisaje, el cuerpo, la tradición) para someterlos a un proceso de descomposición, entendimiento y transgresión. En la primer mitad de los años setenta, esta operación constituye lo que el propio artista denominaba “espacio didáctico”. Pero contra lo esperado, el resultado no es el de una integración apaciguada a ese pasado prestigioso ni una subordinación a él. Lo que se produce más bien es la transgresión mediante la performance, la invención y la energía sensorial. Romberg no deja de medir a la vez que practica la desmesura, no deja de enseñar mientras nos arroja al misterio del mito, no deja de proponer grillas y estructuras cognoscitivas para, finalmente, pedir que pongamos el cuerpo y que exploremos una sensibilidad más allá de la razón. El paisaje no es medida sino inmersión, la obra de arte no es historia ni procedimiento sino combinación de intensidades, el cuerpo del artista no es la mano y el ojo sino también los pies, la boca, la piel, la ingle, el pelo y el sexo. Así, el cuerpo se descompone en numerosas partes que se arman en una nueva morfología en la acción del espectador. O actúa en esas tipologías del pincel en las que participan el gesto inmemorial de la mano y los aprendizajes de la boca y el pie, que también quieren dibujar. Todo movimiento de vanguardia ha realizado una reconfiguración del cuerpo: Romberg lo ha hecho en función del análisis (la descomposición en unidades) para dotarlo de una nueva dimensión conceptual y emotiva.
Romberg siempre practicó el arte en los límites de la arquitectura, en la que se formó. La asedió desde afuera, la desplazó a otras situaciones como hizo con las huellas de los edificios y las tipologías a los paisajes, a hábitats estéticos y al uso del color. Siendo racional en el punto de partida (la medición y la grilla son sus herramientas primeras), es explosivamente sensible cuando interviene con las energías de los cuerpos, los colores y las formas. Heredero de los enfoques estructuralistas y apasionado por las taxonomías, llevó estas armazones del conocimiento a lidiar con un cuerpo que responde a sus requerimientos pero a la vez los excede. En ese exceso se inscriben sus trazos, sus grabados, sus lecciones, sus paisajes, sus colores.
Nacido en 1938, en Buenos Aires, actualmente vive y trabaja en Nueva York, Filadelfia, Ilha Grande (Brasil) y Tel Aviv.
Gonzalo Aguilar