Noemí Gerstein
En los trabajos de Noemí Gerstein (1908 - 1996) de la segunda mitad de la década de 1950 (cuando integró el colectivo Arte Nuevo junto a Martha Boto, Aldo Paparella y Martha Peluffo, entre otros) y la primera mitad de la siguiente concurren las preocupaciones de la escultura moderna internacional junto a un empleo lúdico, por momentos fantasioso, de materiales industriales como las varillas y los tubos de hierro. Obras como La estrella / Mago Merlín (1960) resumen el proceso al que el movimiento artístico del siglo XX sometió al objeto escultórico, en la búsqueda del dinamismo sobre la representación y el enfoque sincero con respecto al material y el instrumental moderno para trabajarlo (la soldadora de mano, principalmente). Pero la literalidad en la presentación del material y el énfasis en el movimiento no opacan una dimensión ficcional, casi anecdótica. Un ejemplo puede encontrarse en El Samurai, su obra de 1961 que forma parte del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes. También Los amantes, un bronce del mismo año, repone el empleo vertical y acumulativo de las varillas soldadas.
Los críticos que se refirieron a su obra de ese momento, como Aldo Pellegrini y Bernand Dorival, hicieron hincapié en este empleo de elementos industriales como un punto de quiebre con sus anteriores trabajos, mayormente desarrollados en terracota y provistos de un anclaje explícito en la figuración. A través de las varillas de hierro, sin embargo, Gerstein pudo conciliar la modernidad de sus técnicas con el sentido de la ficción. Así su trabajo toma distancia del programa visual de la abstracción pura y dura y se insinúa en un dominio más lírico y evocativo cuanto más ostensible es la crudeza del material. Los tubos, de corte redondo o cuadrado, se amasijan gracias a la soldadura en formas abiertas que se tuercen como una planta bajo el dictado del viento.
Con mayor énfasis en los trabajos de la primera mitad de la década de 1960 (de entonces data la compra de una pieza suya de parte del MoMA, que la incluyó en dos exhibiciones, en 1962 y 1967), la verticalidad comienza a ponerse en cuestión directamente. Los objetos se abren sobre el entorno, a la manera de algunas piezas de Richard Lippold. Así sucede en Homenaje a Van Gogh (1961) y en Mandrágora (1963).
“Noemí Gerstein”, según Osvaldo Svanascini, sentía “atracción por la poesía y la literatura y cierta delectación por lo mágico”. Gracias a estas cualidades, y en detrimento del prejuicio crítico que no vio en Gerstein más que un pasaje menor de la abstracción en la escultura local, en su obra madura comienza a tomar presencia un nuevo vocabulario ideogramático, casi jeroglífico, que hacia el final se resuelve en una concatenación más recogida de volúmenes netos, donde el lenguaje geométrico (en obras como Soles y Luna, de 1970, y Tótem V, de 1975) se aquieta y deviene en un simbolismo silencioso.
Claudio Iglesias
Crítico de arte y traductor