Marta Minujín: Frozen Sex
A principios de 1973 Marta Minujín comenzó a trabajar en la serie de pinturas Frozen Sex. Antes de tomar los pinceles, la artista hizo una etnografía por las calles de Washington D.C., ciudad en la que vivía hace un tiempo: concurrió a cines porno, cabarets, sex shops y fiestas donde la liberación sexual marcaba el ritmo de la vida moderna. Los años setenta también fueron clave para el feminismo de la segunda ola, que pulsó por la soberanía del cuerpo de la mujer y logró irrumpir en el relato masculino de la historia del arte.
El pop se caracteriza por tomar con frialdad las imágenes emblema, las que están en una góndola, las que eclipsan por su belleza o rechazo, las que exhiben los signos mediáticos y contraculturales. Estas imágenes no son narrativas, tampoco contestatarias, son lo real puesto en la obra en su versión simulacro. Los órganos sexuales, pintados por la artista en colores rosados, dispuestos en planos enteros, ocupando la tela, intensifican esta operación aunque no mantienen una relación mimética con el original. La pintura, como gesto que se desliza y va cubriendo la superficie, proporciona una temperatura diferencial a estas representaciones, incluso la posibilidad de derretirse ante nuestros ojos.
Minujín exhibió estas obras en la galería Arte Nuevo de Buenos Aires en noviembre de 1973. A las horas de haber inaugurado la exposición fue clausurada. La puesta en marcha de la legislación represiva generó una retracción en la vida pública, sin embargo a comparación de otros escenarios más permeables a la cultura visual del libertinaje el solo ingreso de alguna de estas imágenes al campo artístico fue motivo de polémica y actitudes reticentes por parte de la crítica. Tanto las obras pop, asociadas a una feminidad imaginaria, como las producciones que desafiaron la estabilidad de lo representable por su cercanía a lo obsceno fueron sometidas a un eufemismo: la frivolidad.
En 1974 la artista volvió a exponerlas en la galería Hard Art de Washington, esta vez bajo el título Frozen Erotisme. A diferencia de Bataille, quien pensó al erotismo como un goce desmesurado que transgrede los límites, Minujín capturó y encuadró las partes de la intimidad y les agregó un valor exhibitivo. El sexo en bandeja, entre la compulsión de la serie y los avatares de la noche, y la política sexual como un terreno en disputa son los síntomas que iluminaron esta época. Esto observó en su momento el crítico Julián Cairol al advertir que las pinturas recuerdan a los alimentos congelados: “A través de este proceso, la artista revela el instrumento empírico sobre el que se construyó el erotismo y lo representa como objetos anónimos de consumo. El sexo ya no pertenece al individuo, sino a la cultura.”
Francisco Lemus
Historiador del arte. Investigador y docente en la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Universidad Nacional de La Plata.