Horacio Zabala: Entre líneas
Tachar y crear son, en la obra de Horacio Zabala, un gesto único e indivisible. Entre el concepto y lo sensible, la tachadura es una manifestación visual, una reflexión sobre la censura y una afirmación del monocromo. A partir de escrituras diversas (un periódico, un libro, una fórmula matemática), Zabala –al tachar– practica un pasaje de lo legible a lo visible. El resultado es paradójico: se trata de lo visible legible. Leer lo que se ve y también abrirse a lo impensable.
Ese juego de borradura y ocultamiento nos conduce a la censura como acto político, más aún cuando sabemos que Zabala participó en el arte comprometido de los años setenta y vivió fuera del país en tiempos de la última dictadura militar. Pero la respuesta de Zabala no es sólo política sino también existencial. La tachadura admite una lectura política (como censura) y también existencial. La cárcel –en una de sus series más conocidas– no es sólo la represión del poder, remite a la precariedad humana. La biblioteca sin palabras además de la cancelación de la lectura, es también la apertura a otras actividades humanas: mirar, clasificar, archivar, incorporar lo leído. Las obsesiones con la página de un periódico exceden la ironía sobre las jergas financieras para convertirse en una aventura del color y de la invención. En definitiva: el monocromo, en Zabala, es existencial, testimonio extremo en el que la tachadura oculta tanto como revela.
Formado como arquitecto, en Zabala los anteproyectos son tan importantes como la obra misma: son todas transformaciones de una sensibilidad artística que se despliega, un pensamiento que se hace en imágenes. De ahí la importancia de esta muestra: en las bibliotecas monocromáticas, en los trabajos con los periódicos, en los avatares del rojo, el espectador (un lector de signos) puede acompañar los procesos de un arte dinámico que nos lleva a sensibilizarnos, a partir del color y la forma, sobre los actos de escribir, censurar, tachar, dibujar, planificar, componer y agregar un objeto al mundo.
Gonzalo Aguilar